jueves, 26 de enero de 2012

EL VALOR DE LA PRECIOSA SANGRE DE JESÚS


Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recordemos los antiguos relatos de Egipto.

Decía Moisés: “Inmolen un cordero de un año; tomen su sangre y rocíen el marco de la puerta de su casa”. ¿Qué dices, Moisés, qué la sangre de un cordero irracional puede salvar a los hombres dotados de razón? “Sin duda responde Moisés: no porque se trate de sangre, sino porque esta sangre se vincula con un simbolismo expresado por el Señor”.

Pero si hoy el enemigo, en lugar de ver unas “puertas rociadas con sangre simbólica”, ve brillar en nuestros labios “puerta del templo de Cristo”, la sangre del verdadero Cordero, definitivamente huirá muy lejos.

¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál es su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor, pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, brotando al punto agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía.

El soldado que le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y nosotros hemos encontrado ese tesoro escondido y nos alegramos por la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el “cordero”, pero somos nosotros quienes recibimos el fruto del sacrificio.

Del costado salió sangre y agua. No quisiera que quienes estén leyendo esto, tomen con indiferencia este gran misterio, pues faltaría explicar una segunda interpretación de carácter místico.

Hemos dicho que esta agua y esta sangre, eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, en estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado, ambos, del costado.

Del costado de Jesús se formó la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva. Por esta misma razón, afirma san Pablo: “somos miembros de su cuerpo”, formados de sus huesos, aludiendo con ello precisamente al costado de Cristo.

Pues del mismo modo que Dios formó a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salidas de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.

Miremos de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, consideremos con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento, con el hemos nacido y crecido espiritualmente.

Concluimos pues que de la misma manera que la mujer se siente impulsada por su naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.


Basado en la Catequesis de San Juan Crisóstomo, obispo, contemplada para el Oficio de Lectura del Viernes Santo dentro de la Liturgia de las Horas

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